Tarragona en el desmadre

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Las únicas referencias a las comarcas de Tarragona que constan
en el trabajo de Hernández, Fontrodona y Pezzi Mapa dels sistemas
productius locals industrials a Catalunya (2005) son el
aceite de oliva, el mueble del Montsià y la química básica del
Camp de Tarragona. En efecto, si uno va por la A-7, a la altura de la
salida de Reus y a mano derecha, divisa una enorme refinería de petróleo,
anticipada unos kilómetros antes por el humo; a mano izquierda en
el horizonte el complejo químico; al lado, las siluetas del Dragon Khan y
la torre del Hurakan Condor; todo ello a través de un tupido filtro de
líneas eléctricas dispuestas en tendidos de lógica anárquica. En dirección
sur, dos centrales nucleares, una de ellas inactiva; en el interior de
la provincia y algo por encima del paralelo de la capital, una fábrica
centenaria de química básica que ha vertido centenares de miles de toneladas de residuos con contenido radiactivo; a menos de 10 kilómetros,
otras dos centrales nucleares. Si a lo anterior se hubiera añadido el trasvase del Ebro, la sensación de tierra maldita se habría agravado.
Ante tanta densidad de implantaciones peligrosas en una franja pequeña
de territorio, uno comprende por qué hay casos en que la denominada
cultura del no está justificada, y que llegados a un punto, por mucho
que le pesara al señor Jordi Pujol, la población diga que ya basta,
como ocurrió con el trasvase o con la central de Enron. En la agenda del
mismo territorio figura una central térmica de 850MGWen Riba-roja;
la limpieza del pantano de Flix, que pagaremos entre todos; una línea de
evacuación de un macroparque eólico en la Terra Alta que dejará la
comarca cosida de torres y de cables; el proyecto de Universal Mediterránea de construir 2.400 viviendas, hoteles y campos de golf, y la guinda, la espada de Damocles de un posible cementerio nuclear donde hay un tercio de las centrales españolas y todas las ubicadas en Catalunya.
Aunque con distintos grados de libertad, estas implantaciones fueron decididas por agentes inversores externos a la zona, con el apoyo decisivo del Estado (centrales nucleares) o del presidente de la Generalitat (Port Aventura), y con la buena fe (y tal vez algo más) de los alcaldes correspondientes. Éstos son precisamente los principales actores del desmelene urbanístico que viven tantos pueblos de la zona, que programan multiplicar por dos, por tres, por cuatro su población en pocos años. Alguno de ellos incluso hace constar en su currículo, sin rubor, que es alcalde y constructor. Toda una muestra de desarrollo endógeno. Todo, absolutamente todo es legal: el consumo de suelo desmesurado, Erkimia no es culpable de nada, y los señores Piqué y Zabalza ni se sonrojan, Port Aventura tiene todos los permisos y respeta el territorio, Repsol invierte millones en preservar el medio ambiente, el Plaseqta protege de los riesgos químicos, las centrales nucleares son a prueba de bomba, la electricidad tiene que transportarse a la fuerza. En esta pequeña parte del país todo vale. Con la aquiescencia de los indígenas, los inversores desafían la ley de la gravedad, al estilo del Hurakan Condor de caída libre de 86 metros. La de la gravedad y otras leyes tan naturales como ésta, hasta el día en que sea demasiado tarde. Uno que es algo envidioso piensa que el desmadre tarraconense nunca se hubiera producido en las comarcas de Girona. ¿A que no saben por qué?

MODEST GUINJOAN, economista